He paseado por los jardines de Aranjuez desde que era un bebé. Las fuentes, el olor del río, el cua-cua de los patos, las hojas secas…, forman parte de los recuerdos e impresiones sensoriales de mi infancia y adolescencia.
Hasta que no terminé la carrera no vine a vivir a este Real Sitio. Me trajo mi primer empleo, en la que se llamó Escuela Taller de Agricultura Sostenible “Huertas de Aranjuez”. En este proyecto se pretendía que jóvenes de la zona aprendieran el oficio de agricultor ecológico ya que se veía como una de las opciones para revitalizar la muy venida a menos huerta ribereña. Esto fue en el año 2000 y ese objetivo no se ha alcanzado aún, a pesar del potencial de la vega y de las virtudes de los métodos ecológicos de cultivo.
La vida más tarde me llevó de nuevo a Madrid, a trabajar en Patrimonio Nacional con una beca de Paisajista. Pero de nuevo la “casualidad” me hizo dedicarme a un proyecto de Restauración de las antiguas huertas del Jardín del Príncipe de Aranjuez que es gestionado por esta entidad. En esa época disfruté de lo lindo en los jardines y con mis visitas al Archivo del Palacio Real de Madrid, en busca de alguna huella de las especies que se plantaban a finales del siglo XVIII en los jardines. Si hubiera sabido escuchar a los árboles…
El trabajo de nuevo me llevó a otros jardines, los del Campo del Moro del Palacio Real de Madrid, donde de nuevo hacía a la vez de técnico y de profesora, esta vez de jardinería, para adolescentes. En el mismo periodo, por las tardes, comencé los estudios de doctorado. Echaba de menos la agricultura ecológica y pensé que sería una manera de seguir aprendiendo. Inicié un proceso que no ha terminado aún de estudio de la vitalidad de los alimentos y del agua. Las experiencias en el laboratorio me hicieron cuestionar mi rol de científica, ya que me di cuenta de mi influencia como observadora en los resultados de los experimentos, de que había una realidad que no podía explicar con las reglas del laboratorio y el método científico.
Circunstancias de la vida, entre ellas, la maternidad, me llevaron a cesar aquella experimentación y el trabajo en los jardines. Sin embargo, con el nacimiento de mi primer hijo descubrí la práctica de un arte para armonizar la energía vital en el cuerpo, un nuevo lenguaje. Cambió el escenario de los jardines y el laboratorio al Paisaje del Hogar y de los Seres Humanos. En ese tiempo regresé a Aranjuez y aquí sigo.
De nuevo trabajé como técnico, esta vez para el ayuntamiento. Tuve la oportunidad de pasar muy fugazmente junto a cada uno de los 10.000 árboles que dio tiempo a recoger en el inventario del arbolado urbano. Soy una persona conocida para ellos. Y también regresé a la agricultura ecológica, movida por el deseo de aprender practicándola, esta vez con varias familias que nos hemos organizado para cultivar nuestros propios alimentos. Vamos por nuestro tercer año.
En esta revisión de los hitos de 12 años de mi vida laboral, los jardines, las huertas, el espíritu investigador y la vocación de enseñar han sido mis compañeros. La percepción de mi rol como técnica, como ingeniera agrónoma, ha ido evolucionando. Hace tiempo que me di cuenta de que el modelo de agricultura que aprendí en la carrera no se corresponde con el que me gustaría ver crecer en los campos. De que los conocimientos que me transmitieron no me sirven para solucionar los verdaderos problemas de salud de los cultivos, más allá de los síntomas, en el nivel de las causas. No me he sentido cómoda en el papel del que decide poner o quitar especies vegetales como si fueran cromos, hacer o deshacer en función sólo de criterios económicos o de productividad. Desde que re-descubrí que la Tierra es un ser vivo y que en el “agro-sistema” o en el jardín todo cuenta, incluido lo que nos estorba y lo que no vemos, especialmente esto, me siento muy limitada ejerciendo el rol de técnica desde los viejos patrones, sin haber desarrollado nuevas habilidades, afinado mi sensibilidad y mis sentidos para por fin poder trabajar en verdadera colaboración con la Naturaleza.
Me encuentro ante una nueva oportunidad de desarrollar estas capacidades que quizá tuve de niña, de la mano de Raquel, en mis amados jardines y huertas históricas. Comienza un proceso que compartimos con quien sienta la llamada, el anhelo de volver a comunicarse con la Naturaleza, de trabajar con ella para el bien común, para realizar cambios visibles en nuestro entorno, con la más alta eficacia que se aprende de la Naturaleza. Estás invitad@ a participar.
Y tú, ¿quieres compartir con nosotr@s tu motivación?